Mi sueño de ir a los Juegos Olímpicos nació el 2 de octubre de 2009, cuando en la sesión del Comité Olímpico Internacional (COI) celebrada en Copenhague, Río de Janeiro fue elegida con 66 votos como anfitriona de los XXXI Juegos Olímpicos de Verano, imponiéndose a Madrid, Tokio y Chicago, que hasta ese momento, contaban con mayor favoritismo que Brasil para llevarse la cita.

En aquel entonces, el presidente de Brasil, Lula da Silva, conmovió al COI con su discurso, inclinando la balanza en favor de Río:

“Con mucho orgullo represento aquí las esperanzas y sueños de más de 180 millones de brasileños. Están todos unidos torciendo por Río de Janeiro. Somos un pueblo apasionado por el deporte, apasionado por la vida. En cuanto a los 5 aros del símbolo olímpico, veo en ellos mi país, un Brasil de hombres y mujeres de todos los continentes: americanos, europeos, africanos, asiáticos… Todos orgullosos de sus orígenes y más orgullosos de sentirse brasileños. No sólo somos un pueblo mezclado, sino un pueblo que gusta mucho de ser mezclado. Es lo que hace nuestra integridad. Digo con toda franqueza: ha llegado nuestra hora. Entre los países que disputan hoy la nominación, somos los únicos que nunca tuvimos ese honor. Para los demás será sólo una Olimpiada más, para nosotros será una oportunidad sin igual. Esta candidatura no es sólo nuestra, es también de América del Sur, un continente con casi 400 millones de hombres y mujeres y cerca de 180 millones de jóvenes. Para el movimiento olímpico esta decisión abrirá una nueva y prometedora frontera. Las puertas de Brasil están abiertas para la mayor fiesta de la humanidad: los Juegos Olímpicos en una de las más ciudades lindas de todo el mundo. Necesitamos el apoyo y la visión de futuro de las señoras y los señores. Río está listo. Los que nos den esta oportunidad no se arrepentirán. Los Juegos Olímpicos de Río serán inolvidables porque estarán llenos de la pasión, la alegría y la creatividad del pueblo brasileño”.

Los Juegos llegarían a Sudamérica, una oportunidad única para estar ahí por primera vez. Así, con el paso de los años y mientras los cariocas se preparaban para recibir las Olimpiadas, yo pensaba en la forma de estar presente en la ceremonia de inauguración de Río 2016.

En marzo de 2015, se anunciaban las empresas que estarían a cargo de la venta de las entradas en cada país. Para Chile, junto con otros países de América, existía un proceso de postulación, que consistía en inscribirse en un sitio y “reservar” las entradas en un día y hora determinada, lo que me obligó a estar pendiente en mi trabajo para hacer el click en el momento indicado.

Sin embargo, un par de meses después, recibía un mail que señalaba que mi petición había sido rechazada. No se indicaba el motivo ni nada por el estilo. Supuse que el número de entradas asignado a Chile en particular era muy pequeño y que la selección de los afortunados se realizaba de forma aleatoria.



Pero no me iba a quedar de brazos cruzados. Ya había decretado que estaría ahí. Investigando las agencias designadas en otros países, di con la empresa encargada de la venta de tickets para España, la que solicitaba realizar un proceso similar, pero que para acreditar la ciudadanía española sólo requería indicar un domicilio. Me comuniqué con mi amigo Rodrigo que en ese entonces, vivía en Barcelona, le expliqué la situación y le pedí poder utilizar su dirección. Las cartas estaban echadas.

Pasaban los meses y ante mis insistentes correos preguntando por la fecha en que se sabría si había obtenido las entradas, la respuesta era siempre que debía esperar a que el Comité Organizador liberara más tickets para las ceremonias. Paralelamente, siempre revisaba la disponibilidad de pasajes para la fecha y ésta era cada vez más limitada.

Tenía que tomar una decisión. Casi a fines de septiembre de 2015, un año antes de los Juegos, compré los tickets de avión. Era un riesgo, pero había que correrlo. A principios de febrero, tenía la suerte de encontrar una habitación en el Ibis Río de Janeiro Centro, a un precio irrisorio si se comparaba con lo que estaban cobrando hoteles, hostales y departamentos para esa fecha.

Ya tenía todo listo, salvo lo más importante: la ratificación de las entradas para la ceremonia de inauguración. El 26 de febrero recibía un mail invitándome a revisar el sitio de las postulaciones, donde ante mi enorme sorpresa, una “C” confirmaba mi solicitud. No podía más de felicidad, gran parte de mi sueño, ya se estaba cumpliendo.

El jueves 4 de agosto nos embarcábamos a la “Cidade Maravilhosa”, después de 8 años de nuestra primera vez. En medio de la fiebre de noticias sobre el virus Zika, la crisis económica que afectaba Brasil y las críticas por las demoras en los preparativos en vísperas de los Juegos, nada podía quitarme de la cabeza la imagen de verme sentado en el Maracaná dando inicio a las primeras Olimpiadas en Sudamérica.

Y llegó el día.

Nos levantamos temprano para ir a retirar las entradas al centro de recogida cerca de la estación de metro Botafogo. Teníamos todo el discurso preparado en caso de que nos preguntaran por nuestra “ciudadanía española”, lo que no fue necesario. Sólo tuvimos que acreditar la compra con mi tarjeta de crédito y ¡voilá!, las entradas estaban en mis manos, por fin.

Luego, un paseo por las playas de Ipanema y Copacabana, donde aprovechamos de comprar una bandera chilena y tomarnos algunas fotos. El almuerzo en uno de los tantos restoranes de comida por kilo que hay en Rio y de vuelta al hotel para ducharnos y partir con calma al Maracaná. Todo a tiempo.

Sin embargo, ya al bajarnos en la estación São Cristóvão, notamos que la cosa no pintaba para bien. Caminando hacia el estadio, miles de personas se agolpaban en interminables filas para entrar. Nadie dijo que sería fácil.

18:30 horas y las filas no avanzaban. Tampoco había información de cuál entrada al estadio nos correspondía. Los gringos y europeos, no acostumbrados a estos desórdenes, reclamaban gritando de un lado a otro. Tironeos por aquí, peleas por allá, al fin logramos ubicarnos en la cola.

19:00. Mis nervios aumentaban. Los minutos corrían rápido y casi no nos movíamos. Teníamos que pasar todavía por la revisión de los tickets y por los rayos X. Entre la multitud se iban distinguiendo los latinos, y bueno, con su tono y forma de hablar, los chilenos.

19:30 horas, ya estábamos cerca. Junto a una pareja de mexicanos, conversábamos y avanzábamos hacia la entrada.

19:50. Logramos cruzar la entrada y pasar por el portal de los rayos X. Subimos corriendo la rampa hacia el estadio y logramos encontrar nuestros asientos. En las pantallas se indica la cuenta regresiva. Faltan poco más de 5 minutos.

19:58. El ambiente es indescriptible. La gente haciendo la ola y contando los minutos para el inicio de la ceremonia. Comienza el conteo… 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1…

¡Ya está! Empiezo a vivir mi sueño de niñez. Es increíble la energía que sentí. Los primeros Juegos Olímpicos en nuestro continente y nada menos que en el Maracaná, un estadio con tanta historia, quizás el más importante del mundo. Ni siquiera habíamos alcanzado a comprar una bebida, pero ya estábamos ahí, junto a 70 mil almas más y más de 2 mil millones viendo la inauguración por televisión. Me sentí un privilegiado.

Un video con vistas aéreas de Río de Janeiro se proyecta en las pantallas acompañado de la canción “Aquele Abraço“. Minutos después, se entona el himno nacional de Brasil en la voz de Paulinho da Viola. Se hace un nudo en la garganta al escuchar a los brasileños cantarlo emocionados y orgullosos.

El show comienza con la representación del nacimiento de los inmensos bosques que cubrían Brasil durante la llegada de los portugueses. Con el ingenioso uso de proyecciones en 3D se muestra el crecimiento de la selva amazónica.

Luego, la llegada de los colonizadores portugueses en carabelas, forzó la llegada de esclavos africanos. La inmigración japonesa y árabe empieza a cambiar el paisaje con la explotación agrícola.

Un grupo parkour cruzó la cancha y saltó sobre las proyecciones de los techos de edificios, representando la urbanización del Brasil contemporáneo. Al ritmo de la canción “Construção”, los acróbatas escalaron las fachadas de los edificios.

Aparece el histórico avión 14-bis, diseñado por Alberto Santos Dumont y que los brasileños aseguran fue el primero en surcar los cielos. En las pantallas se lo ve sobrevolar la ciudad iluminada. Tengo que confesar que se me cayeron un par de lagrimitas.

La supermodelo brasileña Gisele Bündchen atraviesa la cancha del Maracaná mientras suena “La Chica de Ipanema“, interpretada por Daniel Jobim, nieto de Tom Jobim, autor de la mundialmente famosa canción.

Comienzo a mirar a mi alrededor. Gente de las más insólitas nacionalidades están sentados junto a nosotros. Delante, un matrimonio de Gabón y una pareja de Montenegro; a la izquierda, unas danesas; a la derecha, un grupo de alemanes; y atrás, checos con camisetas azules y blanco.

Mientras tanto, las favelas son representadas con el sonido de la samba y el funk, con las cantantes Elza Soares interpretando Canto de Ossanha y Ludmilla con Rap da Felicidade. Enseguida, el turno de la capoeira y cientos de bailarines salen a escena dando vida al Carnaval.

El estadio revienta y baila al ritmo de “Pais Tropical“. Comienza el desfile de los atletas, con deportistas de 207 delegaciones, 205 países más los atletas independientes que compiten bajo la bandera olímpica y el equipo de atletas refugiados.

Argentina es uno de los primeros en desfilar. Un grupo de argentinos salta y mueve sus banderas delante de nosotros. Y siguen pasando las delegaciones en orden alfabético en portugués, mientras las luces del estadio cambian de colores según cada país… Cabo Verde, Camerún, Camboya, Canadá, Katar, Kazajstán…

¡Chile! Erika Olivera, la única maratonista del mundo que ha participado en cinco Juegos Olímpicos, aparece vestida de huasa llevando nuestra bandera. No puedo más que saltar y gritar “Viva Chile”. Se me pone la piel de gallina de tanta emoción. Es difícil describir lo que estaba sintiendo en esos momentos.

Más países a la cancha. Imposible no sentir empatía y aplaudir el paso de los países en los que has estado. Al final, en el Maracaná las nacionalidades se confunden y todos somos uno disfrutando de la misma fiesta, algo que dicen, solo el deporte puede lograr. El alma y la energía latina se hacen sentir fuerte.

Ya casi al final, unas turcas saltan de sus asientos para alentar a su delegación. Más atrás, unos ucranianos gritan y agitan sus banderas.

Al cierre, las mayores ovaciones se las llevan el equipo de atletas refugiados y por supuesto, los anfitriones: Brasil. El carnaval llega nuevamente al Maracaná, al ritmo de la famosa “Aquarela do Brasil”. Me pongo a pensar en lo que deben sentir los atletas al salir a la cancha y ser ovacionados por todo un estadio. Debe ser similar a la emoción que sentí yo, pero multiplicada por mil, como la guinda de la torta a una preparación de años para estar en unos Juegos Olímpicos.

Un gran desfile de las 12 escuelas de samba de Río de Janeiro, y los cantantes Anitta, Caetano Veloso y Gilberto Gil interpretaron la canción “Isto aqui, o que é?“. Con todos los atletas en la cancha del Maracaná, el estadio se convierte en una verdadera fiesta.

Luego, uno de los momentos más bonitos de la ceremonia. Unos anillos olímpicos verdes se forman con los árboles nacidos de las semillas que depositaron cada uno de los deportistas. Hablan las autoridades. Carlos Arthur Nuzman, presidente del Comité Organizador dice que “Río está listo para hacer historia”; Thomas Bach, presidente del COI, agradece “porque sabemos que esto lo hicieron en uno de los momentos más difíciles”; y el presidente interino de Brasil, Michel Temer, da por inaugurados los Juegos Olímpicos.

Las banderas de las 207 delegaciones esperando la entrada del emblema olímpico. Se entona el himno olímpico y se iza la bandera con los cinco anillos.

Y llega el momento más esperado y emocionante de la noche, la entrada de la antorcha olímpica al estadio después de 95 días de viaje y ser transportada por 12.000 personas. En manos de Gustavo Kuerten, ex tenista número uno del mundo, entre los años 2000 y 2001, la llama ingresa a la cancha, para luego cederla a Hortência Marcari, ex jugadora de baloncesto.



Finalmente, Vanderlei Cordeiro de Lima, ex maratonista brasileño, es el encargado de encender el pebetero. Durante la maratón de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, cuando lideraba la carrera, en el kilómetro 36 fue empujado por un irlandés. Ayudado por el público, retornó a la carrera, pero ocupando el tercer lugar y siendo ovacionado y aplaudido en el Estadio Panathinaiko. Este episodio lo llevó a recibir la medalla Pierre de Coubertin, por su valor y espíritu olímpico.

El pebetero se elevó y se unió a una enorme escultura cinética creada por el artista norteamericano Anthony Howe y que representa la energía del Sol. Pura magia. El estadio se llena de pequeños reflejos de oro.

Con la llama olímpica dominando el estadio, se termina la fiesta. Como ya les dije, es muy difícil contarles todas las emociones que sentí durante esas 4 horas. Satisfacción de haber luchado por cumplir un sueño, alegría por ser parte de esa maravillosa fiesta, y felicidad porque mi corazón se iba lleno de recuerdos que jamás voy a olvidar.

REVIVE LA CEREMONIA DE APERTURA RIO 2016 AQUÍ

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